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miércoles, 20 de junio de 2018

Lo que nos aportó nuestro pasado

Por Janet Rios

Cuando en el siglo XIX aparecía la linterna mágica, se desataría una nueva y trascendental forma de comunicación: el cine, luego constituido en industria cultural moderna y poderosa, se ha configurado como elemento crucial de intercambio comunicativo global y en lenguaje internacional. Desde que en 1896 los hermanos Leumiere mostraron en el Salón Indien La llegada del tren a Ciotat, el cine ha sido un medio, donde se ha confundido la realidad y la ficción, de tal modo que en la búsqueda de la optimización de esa representación, se ha evolucionado de un Modo de Representación Primitivo a un Modo de Representación Institucional.

El primero, caracterizado por la frontalidad, la falta de perspectiva y la presencia de grandes planos que incluían la acción completa dentro del encuadre provocando la inmovilidad de la cámara; el segundo, por el contrario a través de un constante movimiento de la cámara y de nuevos enfoques visuales, busca identificar cada vez el punto de vista del espectador con el de la fotografía. Bajo el signo de entretener, el cine llena de efectos que a través de su lenguaje, naturalizan la representación y percepción del sistema de estrategias artificiales. Invade al espectador sobre todo, a partir de mecanismos discursivos que presenta gracias a una tecnología que vincula en la gran pantalla, imagen y sonido. Es precisamente, en esa relación que se establece entre película y espectador, donde radica el interés sociológico en el cine.

Paradójicamente, la gran pantalla se dirige hacia el hombre privado enfrentándose a sus construcciones simbólicas, su subjetividad, etc., y es esto a su vez lo que le aporta su importancia social, es a partir de ahí, de esa aprehensión que la actividad del sujeto-espectador, se vuelve activa o pasiva, a partir, de que cumpla con una de sus reglas básicas, asemejar el producto filmográfico cada vez más a la realidad. La imagen como el sonido cinematográfico se convierten, en ese momento de actividad entre filme y espectador, en un medio de creación de actitudes y representaciones colectivas e individuales. Estos son referentes que ―proporcionan apoyos imaginarios a la vida práctica y puntos de apoyo práctico a la vida imaginaria. Por tanto, se establece una relación dialéctica de la cual ambos factores (público- obra de arte) se alimentan en mayor o menor medida. Al primero le otorga el segundo, elementos de reflexión para identificar su papel en la realidad en la que se encuentra, y si se tiene en cuenta que los realizadores de estas obras forman parte de las sociedades que están representando, se comprenderá que esa sociedad se convierte en fuente de inspiración para la puesta en escena.

La función social del cine ha sido investigada precisamente a partir de la relación dialéctica que Edgar Morin describe y que se constituye en eje central para la investigación de todos los mass medias en general. A lo largo de estos estudios, se ha visto esa relación filme-espectador de disímiles maneras, a veces, de forma tal, que se privilegiaba sólo uno de sus extremos e ignoraba la relación de dependencia que existe entre ambos, y otras en las que la intención estaba dirigida hacia una mirada más interactiva. Los primeros análisis, trataron de indagar acerca del rol que tienen estos medios como constructores de la identidad personal, de las propias historias individuales y sociales, y consecuentemente, de las actitudes y prácticas que estos seres realizan.

Con la fundación en 1923 de la Escuela de Frankfurt, en el Instituto de Estudios Sociales de esta ciudad, y el posterior desarrollo de la teoría crítica en la década del 50, los estudios acerca de estos aparatos de control social como les llaman, adquirieron un matiz diferente. Empezaron a denunciar y a develar el verdadero papel de lo que denominaron industria cultural dentro de la sociedad industrial, aquel que se refiere en la escala dialéctica espectador-filme al carácter homogenizador de la película. Aunque no fue su primer director, fue en las manos de Max Horkheimer que adquiere renombre esta escuela. Durante la oleada nazi fascista sus principales representantes, T. Adorno (1903-1969), Herbert Marcuse (1898- 1979), emigraron a los Estados Unidos de América, donde realizaron gran parte de sus reflexiones acerca de los mass medias. Esta escuela, que con su proyecto transdisciplinar, intentó crear una teoría crítica que superara las tensiones entre ella y la praxis, tuvo un fuerte interés en el hombre, la sociedad de masas y su relación con la industria cultural, asentándose en el análisis culturalista de los procesos comunicativos.